La relación entre pobreza y educación ha sido ampliamente estudiada. Por un lado, se ha comprobado que un mayor nivel de educación formal se relaciona con una vida con mejores resultados, comdefinirseo menores tasas de desempleo, salarios más altos y una menor probabilidad de abuso de sustancias. Por otro lado, existe una brecha enorme en el rendimiento académico entre quienes viven en situación de pobreza y quienes no lo hacen. Aunque la escuela tiene el potencial de transformar la movilidad social, esta transformación se ve limitada por la influencia de la pobreza en las tasas de abandono escolar, las oportunidades para actividades extracurriculares y la disponibilidad de tiempo para realizar las tareas escolares.
Como educadores, nuestra visión de la pobreza afectará nuestra comprensión de la relación entre la pobreza y la educación, así como nuestras intervenciones con las familias y los estudiantes afectados por la pobreza. Adoptar una visión más tradicional y conservadora de la pobreza nos lleva a culpar a factores individuales, como deficiencias, patologías o elecciones personales, lo que limita nuestra capacidad de comprensión y establece una relación de cooperación con la familia. Por otro lado, un enfoque más estructural considera la influencia de las desigualdades sociales y las brechas en el rendimiento académico como resultado de fallas en las oportunidades sociales, alimentadas por desigualdades en las instituciones que asignan recursos, dotan de libros y tecnología, y asignan un profesorado experimentado.
Este enfoque nos permite valorar la experiencia de quienes viven en situación de pobreza y luchar junto a ellos por la equidad. En las escuelas, esto se traduce en estar atentos a las políticas que pueden afectar desproporcionadamente a quienes viven en situación de pobreza, como las infracciones generalizadas por uniformes incompletos, falta de material escolar o ausencias, sin tener en cuenta las condiciones de vida de los estudiantes. Para hacer esto, es fundamental establecer un diálogo abierto y permanente con las familias, quienes deben percibir al equipo docente como un grupo que reconoce sus conocimientos y está a su lado y abogará por ellos en la búsqueda de la igualdad de oportunidades.
Cuestionar y desafiar los propios prejuicios: Es importante que el profesorado cuestione activamente sus suposiciones sobre el alumnado y las familias con las que interactúan, y reconozcan su voz aceptando su papel como expertos de su propia historia de vida.
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