Entre las diversas formas de violencia a las que puede verse sometido un niño o niña, el abuso sexual es la más difícil de detectar, en gran parte porque, cuando lo sufren, no sueñen hablar de ello, sino que se expresan a través de sus comportamientos.
Ante determinados comportamientos que derivan de los abusos experimentados, como por ejemplo una conducta sexualizada en el aula, a menudo el profesorado no tiene claro qué hacer exactamente. De hecho, es muy posible que experimente un espectro de emociones difíciles, desde la angustia y la ira hasta un sentimiento de impotencia o desapego emocional excesivo. Es importante reconocer que todos estos sentimientos son legítimos y que reconocerlos es el primer paso para afrontarlos y poner en marcho el proceso de apoyo que el niño o la niña necesita.
¿Qué habilidades necesita el profesorado para afrontar mejor estas situaciones delicadas?
¿Cómo pueden gestionar sus sentimientos y evitar que se vuelvan dañinos?
Para ayudar al profesorado y a la escuela en su conjunto a responder a estas situaciones, es crucial que:
El abuso sexual infantil es la participación de un niño o niña en actividades sexuales, incluso si no se caracterizan por violencia explícita. Puede ser realizada por una persona adulta que, casi siempre, es una figura de autoridad para el niño o niña, tanto dentro de la familia como otros espacios (lugares de ocio, actividades deportivas o extraescolares, escuela, etc.):
Los niños y niñas a menudo usan COMPORTAMIENTOS en lugar de palabras para pedir ayuda. Identifican a personas cercanas para comunicarles los abusos que han sufrido o están sufriendo. La mayoría de las veces, la persona adulta elegida es un profesor o profesora.
Es fundamental observar atentamente cualquier indicador preocupante que pueda significar que es necesaria una intervención incisiva. Los niños y niñas que han sufrido abusos, o han estado expuestos a una sexualidad inapropiada para su edad, viven la sexualidad de forma distorsionada, que a menudo se manifiesta en comportamientos inadecuados para su edad. Algunos ejemplos de este tipo de comportamientos son:
Descubrir un abuso sexual infantil es descubrir lo inconcebible: una persona adulta que descubre un abuso sexual infantil suele experimentar una serie de emociones desagradables como las siguientes:
Ante estas emociones, las personas tratan de protegerse a sí mismas a través de actitudes subconscientes y estrategias de defensa. Son reacciones normales, pero pueden interferir con la posibilidad de prestar al niño o niña la ayuda que necesita. Por eso es importante reconocerlas, abordarlas y compartirlas con otros/as profesionales.
Cuando un profesor o profesora se enfrenta a un niño o niña de quien sospecha que está sufriendo abuso sexual, puede ser difícil saber qué acción tomar. Conviene insistir en lo fundamental que resulta no actuar en solitario, tanto por las reacciones emocionales que pueden surgir, como por la complejidad de la situación.
En estas situaciones, el profesorado puede empezar por compartir la situación con la dirección del centro y con otros/as profesionales que ya estén trabajando con el niño o niña (ya sea en la escuela, desde los equipos de orientación, o profesionales externos de servicios sociales u otros ámbitos como la psicología).
Dependiendo de las circunstancias concretas del caso, puede ser necesario activar una red de apoyo para diseñar e implementar una intervención integral.
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