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Comportamientos agresivos en la escuela

No es fácil manejar situaciones de violencia o agresividad dentro del grupo de clase, pero es fundamental mantener la calma. Los niños y niñas que se comunican a través de actos violentos o agresivos necesitan personas adultas que sean capaces de mantener la compostura y puedan ayudarles a contener y gestionar la agresión, y cortar de raíz la potencial escalada de violencia.

Agresividad y violencia, ¿son lo mismo?

Los comportamientos agresivos de niños y niñas provocan preocupación en las personas adultas, que no pocas veces reaccionan a su vez con agresividad. Sin embargo, no es una buena solución. Para manejar eficazmente la agresividad infantil, lo mejor es entender primero de dónde viene y mantener una actitud tranquila y acogedora.

El término violencia implica la intención consciente de causar daño o angustia. En cambio, tras un niño que se muestra agresivo suele haber una incapacidad para poder reconocer y gestionar sus emociones y, por lo tanto, los comportamientos agresivos se producen de manera inconsciente.

La agresión puede expresarse a través de un comportamiento heterodirigido (hacia otras personas) o autodirigido (hacia una misma). En cualquier caso, es necesario mantener la calma y actuar con decisión. La firmeza ejercida por el referente adulto, que en el contexto escolar es el profesor o profesora, ayuda al niño o niña a encontrar contención y calma.

¿Cuáles son las herramientas que pueden ayudar?

Establecer un vínculo de confianza y adoptar una comunicación abierta puede ayudar al profesorado a afrontar situaciones de violencia y agresividad. El uso del «castigo» como herramienta puede generar una baja autoestima y consolidar la idea de que es un niño o niña “malo», lo que sin duda sería perjudicial para su desarrollo psicoevolutivo.

La comunicación no debe ser ambivalente: gritar en clase para exigirle que guarde silencio o regañar en voz alta a un niño o niña que tiene un comportamiento agresivo puede tener como resultado la reafirmación de modos de acción agresivos.

El propósito de la comunicación es acompañar al niño o niña hacia una solución positiva de su problema (comportamiento agresivo) y propiciar formas más eficaces de relacionarse. No requiere largas explicaciones, que a menudo no están en disposición de comprender. Suelen bastar unas pocas palabras sencillas que les ayuden a detenerse y sentirse acogidos y comprendidos en su malestar. Una frase como «veo que estás enfadado/a, pero si me pegas, me harás daño, y por eso no puedo dejar que lo hagas» puede ser eficaz. Si la agresividad es una respuesta al estrés que les genera no saber nunca lo que va a pasar a continuación o a cambios en su vida, establecer hábitos diarios y prepararles para anticipar lo que va a suceder es una potente herramienta.

Primaria y secundaria, ¿cuáles son las diferencias?

Es bastante común encontrar niños y niñas agresivos/as en la escuela primaria (en este período es difícil encontrar una clase en la que no haya un niño o niña que muerda o que tire del pelo de sus pares). Hasta cierto punto, la agresividad puede entenderse como un paso por el que pasa el desarrollo psicoevolutivo, tanto por la necesidad de experimentar con modos de comportamiento como por la necesidad de aprender empatía. Por ello, el control de la impulsividad es más difícil en niños o niñas de corta edad. Cuando su comportamiento afecta a otro niño o niña, el objetivo debe seguir siendo trazar una línea entre los comportamientos permitidos e inadmisibles, pero no hay que olvidar que es importante cuidar a ambas partes.

A medida que crecen, adquieren habilidades cognitivas, lingüísticas y relacionales, favoreciendo cada vez más los canales verbales sobre los físicos. En la escuela secundaria, la intervención de una persona adulta puede no ser siempre lo más eficaz. Deben aprender a ‘argumentar bien’ para adquirir herramientas de gestión de conflictos sin recurrir a la agresión. Cuando su comportamiento resulta disruptivo para la dinámica de clase, es fundamental hablar con sus familias (o principales figuras de cuidado) para obtener una comprensión más profunda de su historia y poder dilucidar si su comportamiento puede haber sido causado por eventos traumáticos como la muerte de un ser querido, una separación u otro acontecimiento.

Aprendizaje cooperativo

Este enfoque implica la colaboración de los niños y niñas para lograr un objetivo común, que es el resultado de la contribución de todos y todas. El trabajo cooperativo permite que cada cual sea valorado por sí mismo. Permite desarrollar relaciones positivas entre el alumnado, porque les hace conscientes de la importancia de la contribución de los demás al trabajo común; al mismo tiempo, ayuda a generar sentimientos de autoestima y a soportar situaciones estresantes.

Provisión de un entorno facilitador

La organización del espacio físico, así como el establecimiento de rutinas diarias claras, también pueden ayudar a aliviar el estrés y la ansiedad.

Reconocer el éxito es clave

Siempre es importante enfatizar los éxitos y no los fracasos, lo que llevaría a confirmar un patrón de insuficiencia en el niño o niña. Hay que darles tareas que sean capaces de realizar, para que experimenten el éxito y prefieran la cooperación al trabajo competitivo. Los juegos cooperativos son aquellos en los que no hay un ganador: todos trabajan juntos con un objetivo común.

banderita CEE

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